Príncipe de los Mirlos
Era sábado de tarde
cuando un ruido me asustó;
un chasquido, en una rama,
hizo temblona mi voz:
-¿quién se esconde? ¿quién se agacha?-
mientras tanto dije yo.
Y un pequeño petirrojo
hizo sonar su canción.
Me quedé allí agazapado,
y en silencio me miró,
entornando su cabeza
picoteando alguna flor.
Miró atento al sol dormido,
giró todo alrededor,
movió las alas contento
y con su cola bailó.
Hinchó todo su plumaje,
saltó alegre y se estiró,
se acercó hasta mi sonrisa
y hasta un ojo me cerró.
Me quedé feliz sentado
con la higuera y mi bastón,
y el petirrojo saltando
poco a poco se alejó.
Esa tarde, aquella brisa,
la luz de enero, aquel sol.
Y supe desde aquel día,
que el petirrojo era un dios.